(y lo importante de entrelazar historias)
Una mañana en el Serengueti presenciamos la repentina persecución de una hembra guepardo o cheetah –quien minutos antes había resguardado a sus cinco crías bajo las raíces de una acacia– contra una gacela de Thompson que se encontraba pastando también con sus crías en aquella extensa sabana. La persecución fue tan exitosa que culminó en cacería: la gacela se prestó como carnada buscando, instintivamente, salvaguardar la vida de sus crías frente a la inminente presencia del cheetah que debido a su destreza y velocidad les había ganado la partida. La hembra guepardo estaba exhausta, rodeaba a la gacela con sus patas delanteras e intentaba arrastrarla hacia la guarida o, al menos, al matorral más cercano, pero el esfuerzo había sido mayúsculo y no lograba conseguir más fuerzas para mover a su presa. Eso ya no importaba tanto, después de todo había obtenido la comida para sus pequeños cachorros y los llamaba para que se acercaran a disfrutar del gran banquete. Aunque ese hecho me llenó de felicidad, no podía dejar de pensar en el incierto destino de las pequeñas crías de gacela de Thompson que se alejaban sin parar y que pronto requerirían de alimento para subsistir, crías que en su desesperada búsqueda terminarían siendo, sin duda, el alimento de algún otro depredador.
Al tiempo que los pequeños guepardos se alimentaban, la madre no dejaba de ver hacia el horizonte vigilando que ningún carroñero se acercara al lugar. Segundos después, nuestro guía en completo silencio hacía señas para que a través de nuestros binoculares observáramos la trayectoria de una hiena que se dirigía hacia la escena y avanzaba velozmente a unos 800 metros de distancia. No tuve otra opción que romper el silencio y manifestar mi rabia frente al oportunismo de ese carroñero que no había hecho esfuerzo alguno por obtener el alimento que estaba a punto de robar! El guía me volteó a ver y en lugar de brindarme consuelo o sumarse a mi enojo sólo hizo la siguiente pregunta-reflexión: “¿sabías que esa hiena ha caminado más de tres días en busca de comida para poder llevar algo de alimento a sus crías que también se encuentran solas y desprotegidas en algún lugar del Serengueti?… si ahora consigue aunque sea un bocado, aún le quedan tres días de regreso para reunirse con sus cachorros”. Me habían sorprendido la destreza, la velocidad, la vista, el estoicismo de todos y cada uno de aquellos cazadores y sobrevivientes de la sabana africana, pero en aquel instante reparé que había otra historia que se entrelazaba al gran suceso que viví ese día: esa historia tenía que ver con la visión, la sabiduría y el buen tino de nuestro guía para hacernos vivir oportunamente todas esas historias. No podemos aproximarnos a observar e investigar un fenómeno y generar recomendaciones y estrategias de acción para nuestros clientes sin antes haber hecho las conexiones necesarias para entender todas las variables y procesos involucrados en el entorno que exploramos. Los juicios de valor podrán servirnos en historias personales o para educar a nuestros hijos, pero en nuestra profesión seguramente nublarán y parcializarán nuestra visión y nuestro propio observador.