Don Blas, filosofía de vida
Regresaba hacia la oficina después de comer y en mi tradicional caminata vespertina que suele ser siempre bastante lenta y recreativa, casi como deseando eternizar esos escasos minutos que aún me quedaban libres antes de volver al trabajo. Era una tarde muy agradable, un poco de viento y un sol que reconfortaba en pleno otoño lluvioso, así que decidí sentarme unos minutos en una banca del parque público detrás de la oficina.
De repente un vendedor de Lotería se acercó ofreciéndome “el esperado, el de la suerte”. Se trataba de un billete con terminación 7 que, según él, sería el afortunado pues hacía semanas que el siete no salía premiado ni con reintegros. El hombre se veía realmente afligido por una semana muy baja en sus ventas y el hambre que le calaba hasta los huesos. Decidí comprar 3 cachitos de $30 pesos cada uno y tras su tradicional persignada con el billete de $100 en mano, sonrió y me dijo “como verá es mi primera venta y voy a poder comer un taquito”, por supuesto que le pedí que me deseara buena suerte con mis tres cachitos de lotería y que se quedara con el cambio. Imaginé que ahí acabaría nuestro encuentro.
“Si no le importa me voy a sentar unos minutos aquí, en la banca donde está usted, a recibir un poco de sol pues me hace bien, no he logrado descansar en días y me duelen todos los huesos”, me decía al tiempo que se acomodaba en la banca
Y así empezó para mí la historia de Don Blas, un hombre de aproximadamente 50 años de edad, sumamente delgado y visiblemente maltratado en su paso por la vida, lo que hacía que aparentara mucha más edad de la que en realidad tenía. Me contó que era originario de Sonora y que tras enterarse de la grave situación de salud de su madre (quien radicaba en la Ciudad de México), había decidido viajar en su vieja motocicleta y “atravesar nueve estados de la República Mexicana, para al menos alcanzar a decirle adiós”. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y la piel de sus delgados brazos aún se erizaba de tristeza al recordad no sólo la pérdida de su madre sino la serie de duelos que había venido experimentando desde que salió de Sonora. “Me la rifé, joven, y no alcancé a decirle adiós como era debido, cuando llegué ya había fallecido y la ahijada que ella tenía y que fue quien me avisó de su condición de salud, logró juntar algunos pesos para la marcha y el panteón…” Hacía una pequeña pausa tan sólo para limpiarse las lágrimas con sus propias manos y luego frotarlas contra el pantalón para poder continuar “… mi moto se fue descomponiendo en el camino, la poca lana que traía la fui usando para hacerle arreglitos y poder continuar. Llegó un momento en que me quedé sin comer y pasé mucha hambre y frío en las carreteras y los tramos de terracería. Le pedí a una tía que vendiera mis tiliches y mi tele y que me mandara el resto del dinero para alcanzar a llegar a la capital y me robaron ese dinero. Ya llevo tres años aquí, joven, y no he podido levantar cabeza”. La historia de Don Blas era desoladora y cada frase que él decía era aún más cruda y desgarradora. La venta de billetes de lotería se había convertido en su única posibilidad de obtener algo de dinero “antes de caer en la tentación de comenzar a robar, eso si no joven, no me lo perdonaría mi madre que en paz descanse”.
Don Blas había logrado sentirse tan a gusto al ser escuchado y al poderse desahogar que no dudó en comentarme que estaba tratando de juntar dinero para irse a curar de un problema en la piel que desde que inició el viaje a la capital se le fue presentando. Me mostró las manos y los hombros y después, sin ningún empacho y en plena vía pública, se bajó los pantalones hasta las rodillas y me mostró las llagas en los muslos y glúteos. Se trataba de un Herpes Zoster terriblemente avanzado que lo doblaba de dolor y le impedía descansar adecuadamente “Pero yo me la rifo, joven, todos los días me levanto con la esperanza de vender más cachitos de lotería o de sacarme la lotería si uno de los cachitos que no vendí sale premiado´…”
No he vuelto a ver a Don Blas, el vendedor de sueños y esperanzas, y no he dejado de buscarlo en los diversos parques, paradas de autobús y sitios públicos alrededor de la oficina, pero me gustaría detenerme a reflexionar junto contigo en los millones y millones de Don Blas que diariamente se la rifan en el azaroso juego de la vida
Para 2012 se reportan 53.3 millones de personas en situación de pobreza y más de 18 millones de mexicanos sobreviven con un máximo de 2 salarios mínimos. Aunque la ocupación informal es un fenómeno que afecta a todo el país, la mayor ocupación Informal se encuentra en estados con mercados de trabajo menos desarrollados: según INEGI en su Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, al frente se encuentra Oaxaca con 81.2% seguido de Guerrero con 79.4% y Chiapas con 78.2%. El estado con menos ocupación informal es Nuevo León 39.5% y Querétaro se encuentra entre las primeras cinco entidades capaces de generar mayor cantidad de empleo formal con un 44.9%
Pero todos estos datos pueden parecernos eso, sólo cifras, hasta que no logramos hacerlos tangibles en historias concretas y cercanas. La de Don Blas es, sin duda, la historia de la miseria con rostro, la desavenencia y la desolación, una historia que, pese a que la aplastante realidad se encarga de demostrar lo contrario, las inviabilidades, los sueños y las ilusiones no desaparecen sino que se encarnan en la piel aún con mayor fuerza, esperando el día en que por fin puedan ser dados a luz y así, salir a rifársela!